lunes, 28 de noviembre de 2011

La microfotografía es una herramienta desempeñada básicamente en los ámbitos científicos, para registrar y documentalizar encuentros físicos, químicos u orgánicos, en donde su uso ha sido de gran ayuda para la ciencia. Sin embargo, la microfotografía no ha tenido un gran auge en las artes visuales, quizás porque no coinciden enteramente con los objetivos e intereses de otras áreas o categorías de la fotografía y por ello se ha circunscrito a cuestiones, sobre todo, científicas. Por consiguiente, a partir del 2010 se desarrolló un una investigación en la cual se analizan las diversos factores compositivos y estéticos que la imagen microfotográfica podría compartir con las áreas artísticas; específicamente en la fotografía contemporánea. Asimismo, de este estudio se derivó la obra plástica nombrada “La microfotografía como obra plástica; representación de los cuatro elementos vitales: Tierra, agua, aire y fuego”. La cual se encuentra conformada por tres series, en las cuales se exhiben, no sólo parámetros compositivos o estéticos, sino la belleza que podemos encontrar al contemplar la intimidad de la materia.Esta obra, más allá de analizar y de representar cuestiones teóricas o técnicas en las artes visuales, se desarrolló al estar en contacto desde la infancia con la microscopia. La que, consciente o inconscientemente, despertó un gusto por aquellas formas, estructuras o composiciones que a mí entender causa sublimidades. Por otra parte, también desde la puericia desarrollé un gusto por la fotografía, las cuales de cierta manera agradaban a familiares o amigos. Con ello, mis experiencias visuales se han encontrado de alguna u otra forma proyectadas hacia los ámbitos científicos y artísticos.Por otra parte, la importancia del estudio y el desarrollo de esta obra plástica, no sólo permitirá vincular más a las ciencias y a las artes, sino que permitirá y permite ampliar el campo de conocimiento tanto para las ciencias como para el arte. Asimismo posibilitará realizar trabajos no sólo interdisciplinarios sino transdisciplinarios entre estas dos áreas en beneficio de la sociedad. Para finalizar, la siguiente muestra, nombrada “micro al natural”, presenta a la imagen microfotográfica sin ningún tipo de intervención, con la finalidad de dar libertades al espectador de entablar un discurso, narrativa o interpretación que más le parezca, conforme a sus experiencias visuales y nivel cognitivo, hacia los cuatro elementos vitales.

miércoles, 5 de enero de 2011

La microfotografía como obra plástica;

representación de los cuatro elementos vitales:

Tierra, agua, aire y fuego.

Introducción.

En el presente ensayo se plantean las diversas connotaciones que se le han asignado a los cuatro elementos vitales en occidente, oriente y en el México Prehispánico, para así obtener componentes discursivos y funcionales en la representación microfotográfica de los cuatro elementos vitales. En esta dirección, el análisis es relevante para la investigación que se planteó, ya que a través de él mostraremos las diversas significaciones que se le ha dado a cada elemento y cómo estos se han representado en las culturas antes mencionadas.

Al respecto, se iniciará a partir de las ideologías occidentales y orientales, debido a que de ellas se han derivado parte de nuestro conocimiento humanístico o científico. Asimismo, también es imperativo abordar las diversas cosmogonías en el continente Americano, específicamente en el México prehispánico, ya que a partir de ella podemos observar el origen, tratamiento y representación de los cuatro elementos vitales.

Por consiguiente, se abordarán concisamente los mitos y leyendas que han surgido a través del desarrollo humano y los cuales, en un inicio, trataban de justificar el origen del mundo, así como la relación del hombre con la naturaleza. Posteriormente, desde la visión de Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) se contemplarán a los elementos en Grecia, ya que este autor examina el comportamiento y los vínculos existentes entre los elementos. En esta dirección, se considera comentar, a través de la cultura japonesa, la representación de estos elementos, para observar las convergencias o divergencias que puedan existir entre las demás culturas y así mismo la existencia de otros elementos que ellos crean importante en el desarrollo de su civilización.

Por otra parte, también se considera observar el tratamiento que se le atribuía a los elementos en la Edad Media, ya que en este periodo de la historia se puede observa cómo estos elementos prácticamente se personificaban con fines divinos. Entre otras culturas que se abordarán, la del México prehispánico será útil, para de igual manera, contemplar el enfoque y la manera en que representaban a los elementos vitales.

Finalmente, se contempla, la visión y representación actual, desde la percepción de algunos artistas o filósofos como Bachelard (1884-1962), que a través de su obra ha estudiado la relación del hombre con los cuatro elementos vitales. Por consiguiente, daremos paso al desarrollo de nuestro estudio, concerniente a la manera en que se han representado a los elementos vitales a lo largo del desarrollo humano, y cómo estos se han encontrado presentes en diversas culturas.

Antecedentes.

Para referirnos a los orígenes de los elementos vitales es imperativo referirnos a los mitos o leyendas que, ya sea de manera oral, escrita o visual, han tratado de narrar los orígenes del mundo y del hombre. En esta dirección, también desde sus inicios la naturaleza ha sido razón para comprender el origen del mundo, así como para darle sentido a la presencia de todo ser viviente por medio de razonamientos mitológicos.

El mito del “Caos” es una clara representación de cómo el hombre siempre ha tratado de referir sus orígenes a la naturaleza. Esta descripción resalta que

Antes del mar, la tierra y el cielo que todo lo cubre mostró la naturaleza en todo el mundo un único rostro. Caos se llamaba: una ruda, informa masa, nada sin peso inerte y, desunidas, las semillas de las cosas (semina rerum), reunidas en confusa amalgama. Entonces ningún sol (Titán) al mundo su luz dispensaba, ninguna luna nueva (Febo) dejaba, creciendo, salir sus cuernos, aún no flotaba, rodeada por el aire, la tierra (tellus) , equilibrada en su propio peso, ni el mar (Anfitrite) todavía había rodeado con sus brazos las largas riberas de la tierra. Y si dentro había también tierra y agua y aire, la tierra no era estable y el agua no fluida, la luz le faltaba al aire. Ninguno su forma conservaba: uno estorbaba al otro, pues luchaban en un mismo cuerpo lo caliente y lo frio, lo húmedo y lo seco, lo blando y lo duro, lo pesado y ligero”[1]

Este suceso, si bien es uno de los primeros mitos que relatan el surgimiento de los elementos vitales, así como las diversas características que los representan internamente (caliente-frio, húmedo-seco, blando-duro, pesado-ligero), es una muestra fehaciente de que la creación de los elementos y la existencia del hombre en la naturaleza han pasado por la necesidad de describir los inicios del mundo a través de relatos míticos, pasando por epopeyas homéricas hasta llegar a describir o representar a estos elementos de una manera visual.

Desarrollo.

Los mitos han aproximado al ser humano a estudiar la conducta de los elementos, ello para entender desde otras perspectivas sus orígenes. Las observaciones, estudios y descripciones que se realizaron en la Grecia antigua, específicamente los tratados sobre historia natural, abordados por Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.), nos ofrecen amplias descripciones referentes al comportamiento de los elementos,

Estas observaciones (las cualidades de cada elemento) permiten conocer sus orígenes; es decir, cómo se crean y regeneran los elementos entre sí. Por ejemplo, Aristóteles describe que alguna característica de la tierra, que es seca y fría, comparte propiedades tanto con el fuego (seco y caliente) como con el agua (fría y húmeda). De igual manera, el aire, que es caliente y húmedo, interviene en la creación de los demás elementos.

Es interesante observar que, siendo que un elemento al compartir algunas de sus características puede originar a otro, y que el anterior elemento no desaparece del todo; es decir, no existe un cuerpo vacio. Esto es posible dado que “se aumenta por el agregado de algo y se disminuye porque algo se retira, que cada punto perceptible se ha vuelto más grande o más pequeño, (ya) que no existe cuerpo vacio, ni dos magnitudes que ocupen el mismo espacio, ni aumento por agregado de algo incorpóreo”[2]. A esto Aristóteles lo nombró “Generación y Corrupción”.

Este análisis permite tomar en cuenta las características básicas o esenciales de cada elemento. Por lo tanto, es importante, ya que para poder transmitir una sensación al momento de la representación visual se deben tomar en cuenta los factores primordiales que denoten la propiedad fundamental (la esencia) de lo que se pretenda figurar o simbolizar.

Por otra parte, las características de los elementos y los elementos en sí son lo que se han manejado para algún estudio, análisis u observación del entorno principalmente en occidente. Empero, existen otras culturas quienes también abordan los elementos desde otra perspectiva; no se relacionan tanto a la substancia de cada elementos sino que las relacionan, ya sea, con cuestiones cosmológicas o filosóficas, como es el caso de las culturas orientales.

Las diversas regiones asiáticas también han manifestado estudios y observaciones hacia los elementos, y al igual que la cultura occidental, se han expresado de manera oral, escrita o visual. En sí, pueden existir algunas convergencias y divergencias, tanto en la filosofía como en la manera de simbolizar y representar a los elementos. Por ejemplo, una desemejanza es la ideología “Teoista”[3] (Japón), en la que se observa el inicio de los elementos a partir de los planetas; es decir, mientras que en occidente se veía que todo estaba contenido en un mismo espacio y en un mismo lugar (interior), las cosmovisiones, relatos o mitos orientales daban como origen de estos elementos a los planetas (exterior).

En esta dirección, de cierta manera existe relación entre las visiones occidentales y orientales en algunos elementos; es decir, el agua, el fuego, y la tierra son manejados por las dos sociedades. Sin embargo, las culturas orientales manejan dos elementos más, el metal y la madera, desplazando al aire. Asimismo, existe un elemento más que, en una u otra civilización, aún no se le ha reconocido del todo En sí, el “éter” o “vacio” es un elemento que está en un vaivén, ya que al no poderse percibirse o describirse ha estado divagando en las cosmogonías orientales y occidentales.

Es una constante que en la mayoría de las culturas orientales manejen cinco elementos y que cuatro de estos (tierra, agua, aire y fuego) han sido reconocidos en las lógicas orientales y occidentales. Es importante conocer estos elementos desde la perspectiva oriental y occidental, ya que a partir de las interpretaciones y significados que se le han dado a cada elemento, con base a su región, el hombre ha representado artísticamente a la naturaleza, así como a los elementos que la constituyen; como es el caso de la Edad Media, en la que se puede apreciar un apogeo del arte y las representaciones que se han hecho de la naturaleza.

Una vez teniendo un cierto nivel cognitivo en la representación visual de la naturaleza, los pintores o escultores en la Edad Media encauzaron sus obras hacia las cuestiones divinas, dejando en segundo plano figurar a la naturaleza; debido a que la postura “Creacionista” establecía que los elementos de la naturaleza y los seres vivos provienen de un acto divino.

Consecuentemente, los cuatro elementos vitales no tuvieron tanta fuerza en las representaciones, quizás estas se mostraban al fondo, en segundo o en tercer plano, pero no era la relevancia ya que en este periodo “la temática de las representaciones tienen sus fuentes fundamentales en los evangelios y en los apocalipsis”[4] de la doctrina cristiana.

Dentro del siglo XV, se observaron transformaciones políticas, religiosas, filosóficas y estéticas; ya que se empezaban a tener no sólo estudios humanísticos sino científicos, ello debido a que se empezaban a realizar observaciones hacia el cuerpo. Estas miradas, que fueron reprimidas por un tiempo medieval, crearon análisis más detallados en la estructura del cuerpo. Quizás en este periodo el cuerpo humano significó también “una renovada capacidad de observación de la naturaleza; ya no encarnada o jerárquicamente subordinada a una realidad trascendente o, aun, reducida a un elemento de fábula e irreal, sino estudiada por el artificio científico, considerado su reproductor”[5].

En sí, las representaciones, basadas en normas racionales y científicas, retomaban una validez por sí mismas; es decir ya no estaban al servicio de la Teología. Por consiguiente, el ser humano, en la etapa medieval, busca explicaciones divinas para encontrar sus orígenes, de alguna manera, las representaciones del hombre han estado casi siempre en contacto con la naturaleza, quizás no fueron tan evidentes los cuatro elementos vitales en la cosmovisión de este periodo, pero es destacable la relación que se tenia del hombre con la naturaleza.

En las diversas posturas occidentales y orientales así como en las diferentes etapas de representación artística, el hombre ha sido parte en la descripción de la naturaleza, ya que “está constituida por ella y es, por consiguiente, parte suya”[6]. En general el cuerpo puede designar a la naturaleza; en sí, de diversas maneras se han representado, en la antigüedad o en la actualidad, la relación del hombre con los elementos vitales (la naturaleza). Por ejemplo, retomando de nuevo a las esculturas griegas, los hombres alados se representaban por medio de alas en sus tobillos o sobre su espalda, como es el caso de la “Victoria alada de Samotracia” (190 a. C); asimismo, en la actualidad las obras realizadas por Marx Ernest (1891-1976) presentan a los cuatro elementos bifurcados con la apariencia de seres humanos.

Entre otras actividades, también las culturas latinoamericanas han representado, tanto simbólica como corpóreamente, a los elementos vitales. Una muestra de ello se puede apreciar en el México Prehispánico, en el que se tenía otra visión y tratamiento cosmogónico del origen y la relación de éstos con el hombre. El rasgo que caracteriza o quizás diferencia a este tipo de culturas es el estado de conciencia que la persona realiza hacia los elementos vitales; es decir, se trata de estar en comunión con los estadios naturales para obtener una estabilidad personal.

Específicamente, estas culturas en un inicio refieren la creación de los seres vivos y de la naturaleza hacia cuestiones cósmicas, por ello era que realizaban estudios, en su momento avanzado, hacia la comprensión del espacio y cómo éste efectuaba cambios sobre la tierra y hacia el hombre. Por ejemplo, observaron la influencia que tenía la luna sobre la tierra, sobre el mar (agua), así como del mundo vegetal y animal; en sí, “en la luna los líquidos se afectan, la marea crece, las ostras se abren bajo su influjo en el mar y en el caso de los seres humanos son los días en que nos volvemos más emotivos y pasionales”[7].

Al respecto, también representaban a los elementos vitales por medio de esculturas, las cuales se encontraban grabadas con cierto número de simbolismos propios del elemento a figurar. Como es el caso del dios del agua (ehecatl) en sí, es personificado como un hombre con pico de pato, pero los grabados (símbolos) son los que dan indicios de que este dios hace referencia al agua, por ejemplo, se observa sobre su cabeza líneas onduladas que refieren al movimiento del agua.

Entre otras formas de representación se encuentra los geroglifos que se realizaban a través de ciertas técnicas pictóricas prehispánicas. En este tipo de representaciones, los simbolismos adquieren otra connotación y por lo tanto se dan interpretaciones diferentes a las que se habían observado en las culturas occidentales y orientales; por ejemplo, si en occidente la “pala” representa la agricultura, en estas culturas la serpiente es el símbolo de esta actividad.

Consecuentemente, la simbiosis naturaleza-animal-hombre, que se representaban en su códices, es otra muestra del tratamiento visual e ideológico que se le daban a los elementos vitales; por ejemplo, “el símbolo del jaguar representa la fusión [hombre y animal selvático, es la fiera que desgarra y que devora. Su boca es el poder, la diferencia entre mundo e inframundo, puente entre la vida y la muerte]”[8].

Asimismo, las diversas formas de manifestar a los elementos vitales en occidente, oriente y en Latinoamérica han hecho notar que algunas culturas o sociedades comparten ciertas características en la representación o en la significación simbólica de los elementos; mientras que otras culturas latinoamericanas presentan cambios substanciales en la percepción y representación de la naturaleza.

Esto debido a que la significación y la manera de crear sus propios símbolos son “resultado de un esfuerzo propio y realizado en América muchos siglos o muchos milenios después de la llegada de los primeros habitantes, de donde quiera que hayan venido”[9]; es decir, antes de la llegada de los españoles estas culturas habían desarrollado ya una cosmovisión del universo y de la naturaleza, por ende la significación de los símbolos no se pueden traducir desde una visión occidental u oriental. Al respecto, las investigaciones de Juan Acha (1936-1995) nos aclaran que si queremos encontrar la verdadera significación de los productos artísticos de nuestras culturas se debe “tener conocimientos de los bienes estéticos de todos los tiempos y culturas, y la necesidad de reducir la territorialidad de nuestra producción y conocimiento, a nuestro país o mejor: a Latinoamérica”[10].

Con ello, los símbolos, el cuerpo y la escultura, para muchas posturas filosóficas y artísticas, ha sido una plataforma para observar al mundo, de ahí mucho de lo que conocemos y creamos es debido a la notable relación que existe entre estas asociaciones. En la actualidad los elementos vitales, de alguna u otra forma siguen presentes, y se les han tratado de representar o simbolizar en diferentes áreas humanísticas.

Por consiguiente, los elementos antiguos en la actualidad han sido observados por diversos filósofos o teóricos. Las observaciones que ha realizado Bachelard aportan nuevas visiones referentes a los cuatro elementos vitales desde una perspectiva Psico-Filosófica y en algunos momentos poética. Su objeto de estudio parte de los sueños oníricos como catalizador de la imaginación y con los cuales se han manifestado mitos, leyendas, historias y representaciones artísticas. En sí, lo imaginario es lo que ha dado pie a las diversas formas de expresión, estudio y control de la naturaleza. En sí establece,

“a los cuatro elementos como hormonas de la imaginación. Pone en acción grupos de imágenes. Ayuda a la asimilación íntima de lo real disperso en su forma. A través de ellos se efectúan las grandes síntesis que dan caracteres un poco regulares a lo imaginario”[11].

Asimismo, presenta parámetros entre la realidad y la imaginación, principalmente por el grado de erudición, ya que entre menor nivel cognitivo “más importante es la imaginación y más directas las imágenes”[12]. Esto se puede observar en el nivel de interpretación que realice un individuo acerca de un suceso que se le presente o que simplemente se le muestra. Muestra de ello, es la investigación que se lleve a cabo durante el 2007[13], en la cual demostraba que el nivel de interpretación que mostraron los entrevistados es contante y que depende de la escala de conocimientos que contenga nuestro intérprete. Por cuestiones de espacio nos es complicado precisar, en el presente ensayo, las múltiples definiciones que Bachelar maneja en sus estudios. Por ende se tratará de describir a los cuatro elementos vitales de una manera breve y precisa.

Con ello, Bachelar analiza los diversos tratamientos e interpretaciones que se les han ofrecido a cada uno de los elementos vitales desde una perspectiva onírica. Por ejemplo, el agua puede denotar variados significados como la muerte, narcisismo, belleza, intimidad. El viento hace referencia hacia el movimiento, la libertad, la victoria, el poder y el vacio. El fuego, denota fuerza, energía, violencia, calor, altura y en algunos casos dulzura. Por su parte la tierra tiende a significar dureza, desplazamiento, vida, profundidad y aridez. Estos significados se han extraído de las diversas interpretaciones que el hombre, a través de sus representaciones provenientes de sus creencias o sueños, ha plasmado de diversas maneras.

Conclusión.

Para un artista plástico las imágenes de los elementos deben de estar presentes, ya que la imagen que nos planteamos en nuestra capacidad onírica siempre refleja nuestros orígenes fundamentales en la naturaleza; es decir; “la imagen es una planta que tiene la necesidad de tierra y la necesidad de cielo, de sustancia y de forma”[14]. Asimismo, hemos mostrado las diversos significados que se le han dado a los elementos vitales en occidente, oriente y en el México prehispánico para una adecuada integración discursiva.



[1] Gernot y Böhme, Hartmut. Fuego, Agua, Tierra, Aire. Una historia cultural de los elementos. Múnich, Herder, 1998, P. 38.

[2] Aristóteles. Acerca de la generación y la corrupción; tratados breves sobre historia natural. Madrid, Gredos, 2008. P. 53.

[3] Doctrina de la antigua religión de los chinos. http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=oriente. (22 de noviembre de 2010)

[4] Martines, Rosa y Cols. La historia del arte. Barcelona, Océano, S/A.P. 584.

[5] Ibídem. P. 876

[6] Böhme, Gernot y Böhme, Hartmut. Fuego, Agua, Tierra, Aire. Una historia cultural de los elementos. Múnich, Herder, 1998, P. 237.

[7] Pérez Reguera, Alfonso Rafael y Cols. México; nación de mitos, valores y símbolos. México, Libros para todos, 2007. P. 61.

[8] Pérez Reguera, Alfonso Rafael y Cols. México; nación de mitos, valores y símbolos. México, Libros para todos, 2007. P. 42.

[9] Ibídem. P. 39.

[10] Acha , Juan. Las culturas estéticas en América Latina. México, UNAM, 1999. P. 10.

[11] Bachelard, Gaston. El aire y los sueños. París, Fondo de Cultura Económica, 2006. P. 22.

[12] Ibídem. P. 76.

[13] Avilés González, José Iván. Microfotografía; factor de producción de interpretación, México, Tesis Profesionales, 2007. P. 121.

[14] Bachelard, Gaston. El agua y los sueños. París, Fondo de Cultura Económica, 2005. P. 11.